Tenía que ser un gusano, el que durmió conmigo aquella noche de
retribución, para arrastrarme entre las plantas de cerveza y las casas de citas
situadas en los corredores rojos de la ciudad en marzo. La vez que apague todas
las luces de la casa después de regresar de mi trabajo en el laboratorio.
Deje caer la sabana sobre el
patio, fui por mi portátil y más tarde llego un
correo a mi bandeja. El cuerpo me ardía aunque el piso estaba frio y las
hojas de las plantas dispuestas en el jardín se encontraban inermes esperando
los rayos de sol, mientras respiran las toxinas nocturnas del aire. El
destinatario del correo era la misma empresa de mi trabajo, el doctor S.
escribió personalmente, me dijo que mañana no sería el mismo, que tomara
precauciones. Cerré mi bandeja de entrada y me dispuse a dormir. Antes de que
llegaran los sueños, cuando solo la oscuridad de los parpados y pulsaciones
violetas cubren los ojos, recordé las inyecciones, los animales en jaulas,
cuerpos diseccionados en las planchas metálicas, los mil pesos en efectivo que
me dieron y su olor a jabón quirúrgico. Entonces llego el sueño, interrumpido
por algo parecido a un beso, abrí los ojos y vi que algo se arrastró
rápidamente y desapareció en el jardín. Había dejado en mi brazo una línea de
agua, no sentí dolor así que no me alarme, limpié mi brazo y un olor que no
tenía en mi memoria se guardó en mi conciencia unos días. Levanto mis cosas y
decido dejar el jardín, veo
detenidamente hacia las plantas, buscando al ser que había dormido en mi piel.
En octubre del 2013 comienzo a presentar granulados en mi piel, algunos
duelen. En mis brazos la tonalidad cambia formando líneas concéntricas. El
medicamento comienza hacerlas
desaparecer, pero en las noches no puedo dormir a menos que me acueste sobre el
abono fresco de las plantas.
Otro día en el trabajo, mi último
día. Recibo algunas infusiones, tomo tres pastillas y un sobre con algo de
dinero que uso para comprar dos botellas de ron y posteriormente terminarlas
camino a casa. Amanece, lo sé por el calor que siento pero una oscuridad me
envuelve, y los sonidos del tráfico, los pasos de las personas apresuradas
comienzan a lastimarme, apenas consigo escapar de esa red que me cubre de ver
en donde estoy. Quiero gritar ante la
realidad, pero mi cuerpo solo se retuerce. Pierdo el conocimiento de quien soy,
mi nombre se desvanece entre la luz del sol, aquel amor es un aroma que se
filtra entre los músculos de mi cuerpo y se descarga con olor a savia, el
futuro y todos esos planes que hice se convierten en la constante del
movimiento de mi cuerpo, en la búsqueda de un lugar húmedo. Cruzo la puerta de
mi hogar por una rendija, busco el patio, voy lo más rápido que puedo,
construyendo sensorialmente la realidad. Desconozco del tiempo y los colores
del mundo son todos amarillos. Me acerco al prado de mi jardín y pienso en la
humedad en el abono, las raíces de las plantas, en mi posible muerte. ¿Qué voy
a decirle al gusano de tierra que quiso vivir en mi piel? Todo se detiene,
incluso mis músculos lo hacen ante el viento que llega a mi cuerpo, siento la
presencia de un ave que alimenté cada
vez que la vi descender sobre el patio, creo que puede reconocerme, seguramente
la sonoridad de su canto anuncia algo importante, no puedo verla pero imagino que
el pico se abrió más y más, la cabeza del gorrión se acercó a mí y el
resplandor sonoro del amarillo avanzó suavemente y me envolvió.
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